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En la inauguración de la maestría de Escritura Creativa

Texto: Lcda. Virginia Hill, maestrante

¡Nos vemos el lunes! Esa fue la frase de despedida del grupo. Una expresión ligera, común, de rutina, pero dicha con énfasis. Llevaba consigo el fervor de quienes llegamos la noche del 23 de octubre de 2020 a la inauguración del posgrado en Escritura Creativa como los maestrantes. Los protagonistas de un nuevo reto. Nosotros. Los profesores y la Universidad. Todos siendo parte de esta nueva historia: la primera Maestría en esta temática y la cuarta que lanza la Universidad de las Artes.

A las 6 de la tarde, la hora prevista para la inauguración, Guayaquil seguía nublada. Me senté en una de las seis sillas del comedor de la casa. A la cabecera. Ken Follett y las 1.144 páginas de El umbral de la eternidad sostenían el Xiaomi Mi A3. Como es lo usual en tiempos de pandemia, nos unimos a través de un enlace de Zoom. Y más allá, entrelazados por una misma pasión: la escritura, las letras, el arte.

María Paulina Soto, rectora de la UArtes, nos leyó un cuento de 98 palabras. Habló de alegrías y desafíos. También de esperanza. Nos dio la bienvenida, y recordó nuestro compromiso de atesorar y cultivar las herramientas que recibiremos de los docentes.

“Esta maestría es la deuda que en cierto modo nuestras instituciones burocráticas tenían con los creadores de Guayaquil”, dijo luego Alfredo Palacios, vicerrector de Investigación y Posgrados. Contó sobre su intimidad. De los tiempos compartidos con su abuelo, el escultor guayaquileño de quien heredó el amor al arte.

Apareció entonces el director de la escuela de posgrado, Bradley Hilgert. Se mostró satisfecho por ser parte de esta nueva aventura: una maestría de Escritura Creativa en medio de una pandemia y con ¡25 matriculados!

Solange Rodríguez contó las horas de estudios: 2.160 horas, 4 semestres y 12 asignaturas. Las tres primeras de este semestre: “Poéticas y teoría literaria” (Raúl Vallejo), “Teoría y práctica de la no ficción” (Solange Rodríguez) y “Estructuras dramatúrgicas” (Cristian Cortez).

“El oficio de escribir y la profesión literaria” 

Casi a las 7pm apareció Raúl Vallejo con la charla inaugural “El oficio de escribir y la profesión literaria”. De entrada, nos invitó a imaginarnos como transeúntes de la única calle del barrio de Las Peñas, mientras hablaba de ese empedrado ancestral que recorre las faldas del cerro Santa Ana. Su discurso no solo se escuchó: se vivió. He ahí el poder de las palabras sabiamente combinadas.

Viajamos después a 1905, y leímos el artículo “Homenaje y protesta” publicado en la revista de literatura y variedades, La Mujer, donde se informa que el Congreso acaba de entregar una pensión vitalicia a los poetas Dolores Sucre y Numa Pompilio Llona; y se recuerda que desde 1903 se venía pidiendo la pensión para este último, quien, por cierto, murió en 1907. 

La autora del texto Zoila Ugarte de Landívar reflexiona sobre la vida llena de amarguras de los dos poetas, a quienes describe como “soñadores sempiternos de lo bello, siguiendo la senda luminosa, áspera y difícil de la literatura”. Vallejo recalca que “más de cien años después, en esa senda luminosa, áspera y difícil continuamos caminando quienes nos dedicamos al oficio de escribir”.

Enfatizó también la importancia de que los oficiantes de la escritura nos acerquemos a todas las artes: escuchar y degustar la llamada música clásica, visitar museos, leer los clásicos. “Leer la tradición, leer las rupturas, leer lo contemporáneo, leer a la generación de uno mismo e, inclusive, leer lo que a uno le es extraño o no le apetece”.

Al final, nos devolvió a la calle con nombre de poeta, dejándonos con el concepto sobre el oficio de escribir: “ese trabajo laborioso de un artesano de la palabra que ofrece en su texto una visión de la vida, la propia y la de ese otro que es el prójimo; del mundo, como el lugar del tiempo efímero de la felicidad y del tiempo sin fin de la muerte”. 

¡Bienvenidos y bienvenidas!, dijo mientras nos miraba a través de la pantalla. Sonreí.

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