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En memoria de Enrique Tábara

Bajo el título Enrique Tábara, la «sensibilidad emocionada», la historiadora de arte, curadora e investigadora cultural Guadalupe Álvarez, docente de la Universidad de las Artes, analiza la obra del renombrado pintor ecuatoriano. Lo publica en su sitio web el espacio Paralaje.xyz.

El espacio de crítica de arte y debates culturales desde Ecuador, Paralaje.xyz, publica en su sitio web (http://www.paralaje.xyz/enrique-tabara-in-memoriam/) el análisis que Guadalupe Álvarez, docente de la Universidad de las Artes, hace sobre la obra del maestro Enrique Tábara, fallecido el pasado 25 de enero.
El escrito de la docente UArtes es inédito y es parte del homenaje póstumo que Paralaje rinde al reconocido pintor ecuatoriano, cuyo nombre fue dado por la Universidad de las Artes a uno de sus edificios, justamente en el que se encuentran los talleres y aulas de la Escuela de Artes Visuales, y también de la Escuela de Artes Sonoras.

Enrique Tábara, la «sensibilidad emocionada»

El legado artístico de Enrique Tábara calza, como pocos, en la agenda que revisa los presupuestos desde los que se construye el relato hegemónico de la Historia del Arte para América Latina. Las indagaciones estéticas de este creador desde los años cuarenta del siglo XX, contribuyen a instituir una axiología particular para tratar con los desarrollos artísticos de nuestras modernidades, enfrentando  la lectura que tilda de epigónicos con respecto a la modernidad occidental, los cauces estéticos engendrados en la confrontación productiva de muchos artistas que viajaron a Europa para codearse con sus revoluciones estéticas, logrando aprovechar la inmersión en los experimentos expresivos del momento, para habitarlos con significaciones donde refulgen raíces propias.

Su obra se ubica a caballo entre la avanzada internacional de los años cincuenta, con el informalismo dando vía a los traumas de la posguerra y el malestar local debido al corset del Realismo Social convertido en orientación estética oficial.  

Como conjunto, su legado estético muestra claramente las incidencias del campo cultural ecuatoriano de entonces. En esas coordenadas es donde se definen los impulsos de avanzada para el período en el que el autor explaya su plataforma creadora: la impronta del Realismo  Social y la incidencia de la academia con profesores extranjeros que, a contrapelo, ensancharon sus horizontes motivacionales y estéticos priorizando la densidad de los elementos plásticos y la autonomía de la obra, por sobre significaciones ideológicas. 

Totalmente estimulado por las complejidades de nuestras ciudades cargadas de las lacras de la miseria social, Tábara creó representaciones donde la explotación, el trabajo infantil, la prostitución y, en general, las secuelas de la pobreza encarnaron en un lenguaje figurativo suelto, libre de manierismos y folclorismos, mostrando caras menos estereotipadas de los sectores vulnerables  imposibles de ser ignorados.

Marta Traba, la crítica que hizo época articulando un discurso acerca de lo que consideraba la vanguardia del arte latinoamericano de los años sesenta, estudiosa profunda de la especificidad del modernismo en nuestra región, celebró a Tábara como “adscrito a una corriente general, la de nuestro tiempo, sin abdicar de sus circunstancias”. Y lo señaló como artista representativo de un “frente estilístico” que, lejos de tematizar al indígena desde formas escuetas y didácticas o temáticas constreñidas (un indígena siempre vinculado a la tierra, a la herramienta de trabajo, al sufrimiento y la violencia clasista), comprendió la dimensión sígnica de las culturas precolombinas creando imágenes reticentes al discurso ideológico, pero claramente alusivas a las cosmovisiones prehispánicas rescatadas en sus obras en forma de tratamientos del espacio plástico, de ritmos y texturas frutos de una profusa experimentación con gestos y materiales. Traba calificó a Tábara como una especie de medium que repite palabras, gestos y el “idioma indescifrable” de una raza a través de una “sensibilidad emocionada”. Consideró al artista dentro del selecto grupo creadores que le inspiró a hablar de un tipo genuino de resistencia cultural y ejemplificó, con su poética, sus tesis fundamentales acerca de la creación de un lenguaje artístico latinoamericano que rechaza lo narrativo y apuesta por lo simbólico inscrito en el tratamiento de la forma, al margen de las estéticas deudoras del muralismo mejicano. 

Pero no solamente Traba destacó los aportes de Tábara dentro de sus estudios acerca de la vanguardia estética en contextos que ella identificaba como más cerrados, menos cosmopolitas y con prácticas ancestrales vivas. Otros críticos y personalidades del momento  señalaron también sus aportes al modernismo y asentaron los avales para que su obra nutriera la vertiente ancestralista, promotora de nuevos sentidos para las tradiciones abstractas y geométricas. Resulta significativo que en 1961 André Breton invite al artista a representar a España en un homenaje al Surrealismo junto a figuras como las de Salvador Dalí y Joan Miró. El libro La pintura informal en Cataluña de Lourdes Cirlot reconoce también al artista entre las huestes insignes del fenómeno estético barcelonés de la época.

Con una obra que ha mostrado incansables capacidades de rehacimiento, el currículum de Enrique Tábara es profuso. Múltiples exposiciones nacionales e internacionales y algunos importantes reconocimientos dan fe de su trayectoria como una de las cumbres del arte moderno de sesgo propio.

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