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La experiencia de participar en el taller “Las Improntas” de Julio Huayamave

En el “Encuentro de ciudades a través de las artes: Guayaquil-Medellín”, el artista Julio Huayamave fue el primero en intervenir. Lo hizo con el taller “Las Improntas”, que llevó a sus participantes a realizar, de las 05:30 a las 08:30 del lunes 25 de abril, un recorrido desde el puente 5 de Junio hasta el Centro de Producción e Innovación MZ14, recolectando a su paso aquellos elementos que llamaran su atención (piedras, hojas, papel, plástico…). Para este jueves 28, el tallerista tiene previsto desarrollar una performance por los espacios del MZ14: Cine/Las Vitrinas/El Cubo y el edificio de la Gobernación.  

Al taller “Las Improntas”, Julio Huayamave, quien es un reconocido artista de performance y actor, lo señala como un espacio sugerente entre el cuerpo en la ciudad-ciudad cuerpo. A la actividad que se desarrollará este jueves, la define como un ejercicio de memoria colectiva, de resiliencia, de conocer ¿qué es la guayaquileñidad, qué es lo guayaco y cómo nos relacionamos con esta ciudad en particular?, una urbe que ha sido construida a retazos.

Guayaquil, anota el artista, es una ciudad del fuego, que tuvo cuatro incendios que la destruyeron y que se reconstruyó desde cero. Julio Huayamave es fundador del grupo ThAMÉ Teatro de Artesanos, realiza danza butoh, misma que incorpora a sus propuestas perfomáticas.

Paso a paso la propuesta

De la primera propuesta de Julio Huayamave, es Nadia Shupingahua Neira, estudiante del quinto semestre de la carrera de Danza de la UArtes, quien comparte su experiencia en el texto siguiente:

“Nos reunimos a las 5 de la mañana en el puente 5 de Junio, no obstante, el encuentro sucedió varias horas antes de llegar a la dirección indicada, pues incluso al preparar el material requerido para el taller, el cuerpo ya estaba teniendo un encuentro consigo mismo, entrando en un estado de preparación para un sometimiento, pero no desde un someter castigador, sino desde una perspectiva de autodisciplina.

“A continuación, Julio Huauamave nos dio la consigna de observar hacia un lado del puente, desde allí se podía apreciar el parque, los árboles y los autos que pasaban. El cielo aún estaba oscuro, me sentía un poco extraña y temerosa, ya que, de vez en cuando, podía sentir los carros pasando detrás de mí, sin embargo, el viento y las palabras del tallerista me permitieron confiar en el grupo y entregarme sin miedo alguno a la experiencia.  

“De pronto, el texto que el artista nos había compartido comenzó a resonar, sobre todo el verso ‘la paciencia de no empezar’, pues también teníamos la premisa de imaginarnos ser un árbol, donde nuestros pies extendían sus raíces hacia abajo, nuestros brazos se abrían como ramas y nuestras manos se movían como las hojas cuando el viento las roza. En ese momento comprendí el tipo de sometimiento al que se refería Julio, ya que mantener la postura requirió de mucha entrega.

“Me pareció sugestiva la forma en cómo viví el amanecer, pues mientras miraba el exterior y mi interior, el tiempo parecía suspenderse al igual que mi cuerpo. No obstante, el cielo coloreándose y el ruido de la ciudad despertando me recordaban que el tiempo no se detiene y mucho menos se suspende.

“El artista luego nos habló de las improntas, las cuales, según interpreté de su explicación, vendrían a ser las huellas que posee cada rincón de la ciudad. Estas no solo pueden ser físicas, sino también abstractas. Incluso nosotros mismos nos podríamos considerar una impronta. Por lo tanto, la siguiente parte de la experiencia fue caminar libremente por la avenida 9 de Octubre hasta el MZ14 mientras íbamos al encuentro con estas improntas a las que desde nuestro imaginario les dimos una historia, ya que toda huella tiene una.

“Cuando el tallerista recalcó que este momento no se trataba de buscar, sino de ir al encuentro con tales huellas, me confundí. Sin embargo, cuando observé una pluma caer en la punta de mi pie, comprendí el camino por el que Julio intentaba guiarnos. A pesar de haberme encontrado con dos improntas en el camino: una pluma y un tornillo, en el trayecto también sentí esas huellas invisibles, esas que no se las puede tocar, pero sí percibir, como una baldosa rota, por ejemplo, en la que la baldosa no sería la impronta, sino la ruptura de la misma.

“Para la culminación del taller, Julio nos hizo transcribir y canalizar todos estos sentires experimentados al momento de colectar las improntas, al movimiento, punto que me llenó de mucha satisfacción porque las premisas fueron imaginar la historia de tus improntas, llevar la sensación que viviste cuando viste la huella, guiarte por la forma de tu impronta, entre otros. Aquello le permitió a mi cuerpo expresarse desde un accionar algo torpe, pero sincero, puesto que tales huellas –a pesar de haberlas llevado en el bolso– me habían marcado por completo”.

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