Performances e intervenciones urbanas en los Andares Expandidos de Pachas 2025

El arte, cuando decide andar, lo hace con el cuerpo entero. Ese cuerpo que recuerda, que respira la memoria de sus montañas, de sus ancestros, de su tierra. Así se vivió el pasado sábado 7 de junio el Encuentro Escénico Pachas 2025, que desde las 5 de la tarde transformó espacios públicos de Guayaquil, como la estación Garibaldi y la Plaza La Merced; más tarde, a las 7 de la noche, extendió su ritual hacia la Casa Villalba.

En esta tercera edición de la cita, en una caminata simbólica artistas egresados, graduados y aún estudiantes de la Universidad de las Artes compartieron performances, intervenciones urbanas, conversatorios, memorias y danzas hechas con tierra, papel, flautas, tambor, cuencos, leyendas, cuerpos, silencios y preguntas.

Todo comenzó en silencio, como si el arte esperara. Solo una señora mayor, sentada en la plaza, veía a las palomas desaparecer. Alrededor, mochilas, redes, instrumentos. Entre ellas y ellos, el artista Jean Carlos Correa presentó “Geometrías vivas”, una propuesta escénica en espacios no convencionales que exploró las texturas del cuerpo en diálogo con el cemento urbano. Su danza manifestada en movimientos espirales trazó un territorio invisible, midiendo distancias, decorando el escenario con eucalipto junto con la fuerza de su flauta, bendijo el lugar ante la mirada de una adulta mayor que tenía un cubrebocas.

Darla Alarcón, también parte de nuestra comunidad, presentó su performance “Conjurando a U-Miña”, danza inspirada en la figura ancestral de la diosa Umiña del mar costeño, convocando con sus movimientos un diálogo entre cuerpo y territorio. Su acto fluía con naturalidad pese a las sirenas de ambulancia y el bullicio de los vendedores de café con pan. Los espectadores se dividían entre quienes observaban con atención, como un anciano apoyado en un bastón, y quienes desviaban la mirada, como un guardia. Aun así, el acto continuaba. Al final, un saludo al Sol, invitando al público a respetar la memoria a través del compartir de un pescado, un cuenco, una red y un tronco.

Ya en la Casa Villalba, el colectivo Silencio Sísmico, integrado por Mateo Vilcaguano, Eunices Sagñay y Linda Arce, presentó “A una lengua”, donde se evocó una danza corporal de resistencia frente al olvido. Páginas arrancadas de libros eran arrojadas al aire, comidas simbólicamente, disputadas como si el conocimiento debiera ser devorado. Los cuerpos se montaban uno sobre otro como un tótem andino urbano. Con esta narrativa corporal abrieron los caminos de un espíritu salvaje que reclama sus derechos a una sociedad moderna.

Jacqueline Velarde conmovió con “Monte adentro”, una obra de memoria rural. Sus relatos hablaban de gallinas, cerdos, vacas, y de letras esparcidas por el piso como si el conocimiento popular pudiera perderse. Desde esa infancia en el campo, su danza reconstruyó el gesto de la madre que cocina para todos. Fue una historia íntima y poderosa, contada con el cuerpo y objetos antiguos del recuerdo.

Desde Machala, Guayaquil y Déleg llegó el colectivo La Que Tuerce, formado por Daniela Ruiz, Vanessa Vásquez y Paola Zamora. Su propuesta, “Apus”, rendía tributo a la cosmovisión andina y las identidades indígenas. En un espacio en penumbra, al son de luces rojas, el público sostenía abono en las manos como un acto simbólico de regreso a la tierra. La escena cerró con una pregunta dolorosa y certera: “¿Por qué la tierra, de donde venimos, se considera sucia?”.

Gabriela Minda Almeida, con música de Fidel Minda Almeida, llevó a escena “Abuela sangre”. Desde una cama luchaba por liberarse de sus sábanas, hasta mostrarnos un rostro ancestral, fuerte, lleno de historia… Invitó al público a bailar como bosque, como cuando los dioses bajan a la tierra.

Y, finalmente, llegó el colectivo Soy árbol, Somos bosque, con Alejandra Mason y Jhony Quishpi. Su performance, “Mis identidades”, fue un viaje sensorial que recogía saberes de la Sierra, de los cantos, de los objetos que guardan historia. Entre tambor y rondador, el público cerró los ojos, sostuvo sombreros de taitas y dio pequeños saltos como si algo sagrado hubiese sido invocado.

Conversar desde la piel

El conversatorio “Narrativas Expandidas” permitió contar y escuchar desde lo escénico. Lo moderó Noé Villena y reunió a las y los artistas para hablar de lo que verdaderamente mueve al cuerpo: la identidad, la herencia, pero también la valentía de volver a las raíces y a las montañas.

Y cuando todo parecía cerrar, Bryan Calderón ofrecía sus ceniceros y llaveros artesanales con rostros de diablitos, payasos y figuras precolombinas. Alex Cauritongo, organizador y maestro de ceremonias, agradeció a cada artista por su entrega, por su insistencia, por seguir creyendo que el arte no se exhibe: se siembra, se cuida, se riega.

Pachas no fue un evento. Fue un movimiento. Una coreografía de memorias en disputa, una danza que nos recordó que la Universidad de las Artes no solo forma artistas, sino sembradores de sensibilidad. Danzar es una forma de resistencia y decirle al mundo que aún estamos aquí, que aún tenemos cuerpo, que aún danzamos.

Texto: Michael Medina, estudiante de la Escuela de Literatura UArtes.
La imagen de portada, y también en el texto, corresponde a una de las puestas en escena de la obra “A una lengua” (fotos de David Grijalva y David Oviedo); las gráficas siguientes son de las presentaciones desarrolladas durante la cita.

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