La participación en México en un panel que abordó las estrategias de gestión y producción que permiten a las mujeres no solo intervenir sino transformar las dinámicas del arte de calle, y el artículo “Calle y curaduría” que escribió para la revista cultural cubana Cauce, son dos de las más recientes actividades que la docente María Fernanda López ha realizado en el marco del Arte Urbano, del cual dicta cátedra en la Universidad de las Artes.
Son participaciones a las que ha sido invitada y en las que comparte su experiencia como investigadora, curadora y académica de la única institución de educación superior especializada en artes que tiene Ecuador y donde el arte urbano tiene su espacio y exponentes. En el diálogo que Mafo López mantuvo en el Centro Cultural de España en México lo destacó.
López compartió panel con la artista visual ecuatoriana Vera Primavera y las también artistas visuales, investigadoras, curadoras y gestoras culturales Nancy Mookiena y Mercedes Martínez, de México. La cita se desarrolló este miércoles 5 de marzo y la organizó el Diplomado Mapas de la Disidencia Perspectivas en torno al graffiti, arte urbano y derechos culturales en América Latina, concebido como un espacio en construcción colectiva.
Según la organización del evento, la actividad se enmarca en las primeras jornadas de diálogo presencial, a propósito de las reflexiones en torno a los aportes de mujeres en espacios de producción, investigación, gestión y curaduría. Así, junto con las expositoras, se dio cuenta de los hallazgos en cuanto al mapeo de políticas públicas en la región, procesos de acopio de archivo y modelos de gestión para el desarrollo del arte de calle en comunidades.
El artículo en la revista “Cauce”
En cuanto al artículo “Calle y curaduría”, que en la revista Cauce ocupa cuatro páginas, Mafo López lo inicia señalando que, para los entendidos, el diálogo entre la práctica curatorial y el arte de calle es quizás una sinergia imprudente. “Reunir una práctica artística tan vibrante y autónoma como el arte de calle y el oficio de curaduría podría resultar paradójico. Una dupla que, sin duda, genera todo un abanico de posibilidades y cuestionamientos”.

La figura del curador es relativamente nueva, comúnmente relacionada con la custodia de bienes patrimoniales y la organización de espacios expositivos. El curador, llamado también comisario, constituye una figura de poder en el mundo del arte. Tradicionalmente emplazado en el conceptualismo y lo contemporáneo, la presencia del curador ha sido vista un tanto distante de los procesos de base, más aún de la cultura urbana, sostiene López en su artículo.
Indica también que la curaduría ha operado tradicionalmente como un sistema de legitimación y validación generacional. Un pequeño circuito de eruditos, en varios casos alejados de una mirada empática con sus comunidades y contextos, haciendo del museo y las galerías el punto de inicio y final de sus búsquedas. En el transcurso del tiempo y los significativos cambios en las prácticas artísticas, este oficio se ha desplazado y han aparecido nuevas vertientes que permiten identificar en los procesos curatoriales una verdadera metodología que genera hallazgos de cara a la visibilización de diversidades en el campo cultural.
¿Pero qué entendemos por práctica curatorial respecto al arte urbano?, se cuestiona Mafo López e indica: La curaduría se convierte en un dispositivo político, en tanto promueve prácticas en pro de la democratización cultural. Es decir, intentamos despojar a la figura del curador de su resguardo epistémico anclado en la historia del arte y la estética. Dejando a un lado criterios kantianos y dicotómicos respecto a lo bello y lo feo, preferimos situarnos en el territorio de la participación y accesibilidad, en un territorio que se enuncie desde lo político, desde los derechos culturales.
En esta medida, añade, los procesos curatoriales constituyen un espacio de investigación crítica respecto al contexto socio político, histórico y económico en el que se desarrolla una producción creativa/artística/cultural específica. Nos interesa revisar el arte de calle como una impronta de su tiempo, como un testigo del pulso de la ciudad contemporánea. El arte de calle como nicho de un sin número de prácticas como el muralismo contemporáneo, el graffiti art, el esténcil, los stickers, el cartelismo y el arte urbano, tomando en cuenta que cada contexto tiene sus particularidades y rasgos históricos.

Al encontrarnos con una praxis tan contundente como el arte de calle, la curaduría se vuelve un punto de conexión que genera narrativas a través de las propuestas incluidas. Para el desarrollo del presente escrito nos pronunciamos desde el caso ecuatoriano, en el que los diálogos entre el arte de calle y la curaduría son relativamente recientes, pero no menos potentes y transformadores que en el resto de sus pares de la región.
Primer momento, el encuentro con las –disposiciones constitucionales– (pero estábamos hablando de arte de calle no…) Para muchos, quizás, podrá resultar extraño que empecemos invocando normas constitucionales, pero veremos cómo los procesos curatoriales, al servicio del arte de calle, encuentran su razón de ser en tanto promueven el ejercicio de derechos culturales, entendidos estos como la participación en el campo cultural de un país, pues la Constitución Política de la República del Ecuador señala, en su artículo 21: Las personas tienen derecho a construir y mantener su propia identidad cultural, a decidir sobre su pertenencia a una o varias comunidades culturales y a expresar dichas elecciones; a la libertad estética; a conocer la memoria histórica de sus culturas y a acceder su patrimonio cultural; a difundir sus propias expresiones culturales y tener acceso a expresiones culturales diversas.
De tal forma, el arte de calle, el arte urbano, configura una identidad cultural propia, una expresión cultural diversa con su propia memoria histórica y patrimonio cultural. Pese a esto, los museos nacionales y las galerías en el país permitieron “el ingreso” a estos recintos, parte del Sistema Nacional de Cultura, apenas pasada la década del dos mil.
Muchos dirán que el arte de calle debe estar en los muros, en las paredes, afuera. ¿Por qué entrar en museos y menos aún en los nacionales? No se trata de un proceso de blanqueamiento o institucionalización de una práctica disidente, se trata de procurar espacios de memoria, espacios de contemplación; una lectura pedagógica de la ciudad contemporánea. En este sentido, la curaduría actúa como una especie de mediador, traductor y enlace entre las comunidades y el arte de calle.
Los museos nacionales, deben ser vistos como parte del concepto de espacio público. Pensemos que el grueso de visitantes de estos lugares son niños de escuelas y colegios. Las nuevas generaciones tienen derechos culturales también, derecho a conocer sobre las diversidades y los particularismos de su contexto cultural. La historia la han escrito las élites y los grupos hegemónicos, bajo la distinción de alta y baja cultura. Este es el servicio que debe aportar la curaduría al arte de calle. Generar cortes cronológicos, reflexión crítica, investigaciones cualitativas y cuantitativas, que permitan construir una mirada ampliada de la oferta cultural de nuestro país.







