Una mirada al pasado y al presente de la Ciudad de México desde la fotoantropología

En una conferencia titulada “El corazón de Copil: mirada fotográfica de la Ciudad de México”, el antropólogo y fotógrafo Iván Gomezcésar exploró la rica herencia cultural y la profunda conexión simbólica de la capital mexicana con su historia prehispánica y colonial. Este evento, que combinó antropología, fotografía y análisis social, destacó la importancia de la Ciudad de México como testimonio vivo de la convergencia de tradiciones y modernidad.

La intervención de Gomezcésar se desarrolló en el marco del “Encuentro de ciudades a través de las artes”, organizado por el Vicerrectorado de Posgrado e Investigación en Artes de la Universidad de las Artes y que en la presente edición conecta a la Guayaquil con Ciudad de México. Tuvo lugar el martes 3 de diciembre, en el tercer piso de la Biblioteca de las Artes.

Gomezcésar inició su presentación contextualizando la Ciudad de México como un punto crucial de la historia latinoamericana. La describió como una metrópoli que simboliza “el testimonio” de un pasado indígena profundo, reconstruido tras la conquista española. “Es un lugar donde la ciudad antigua literalmente yace debajo de la nueva”, dijo y recordó que la antigua Tenochtitlán, fundada hace casi 700 años, fue devastada en 1521, pero resurgió rápidamente como el centro neurálgico del Nuevo Mundo.

El ponente enfatizó cómo esta historia de destrucción y renacimiento ha dejado huellas visibles en la arquitectura y organización de la ciudad. Mencionó, por ejemplo, que las chinampas, un sistema agrícola prehispánico, no solo sobrevivieron a la conquista, sino que continúan vigentes en ciertas alcaldías.

Durante la charla, Gomezcésar reflexionó sobre su trayectoria como fotógrafo y cómo las imágenes pueden ser generadoras de conocimiento. “La fotografía tiene el poder de revelar lo que a simple vista ignoramos. En muchas ocasiones, me llevó a investigar temas que antes no comprendía”, señaló. Este enfoque interdisciplinario fue ejemplificado con fotografías que retratan tanto las tradiciones populares como los contrastes sociales de la urbe.

Gomezcésar explicó que la fotografía no debe limitarse a ser una herramienta ilustrativa o documental, sino que tiene la capacidad de ser una fuente autónoma de significado y comprensión. “La fotografía te permite ver lo que no siempre puedes percibir a simple vista”. Relató también cómo, a menudo, las imágenes le han llevado a descubrir nuevas capas de significación en los fenómenos que documenta. “Por ejemplo, los tenis colgados en los cables en la ciudad, algo que muchos ven como parte del paisaje urbano, me hicieron reflexionar sobre las complejidades simbólicas detrás de estos gestos cotidianos”.

Para Gomezcésar, la fotografía tiene el potencial de trascender el simple registro visual y convertirse en un medio de diálogo con la cultura y las tradiciones, incluso aquellas que parecen olvidadas o relegadas.

El tema de la religión ocupó un lugar central en su reflexión sobre la identidad de la Ciudad de México. Según Gomezcésar, en los primeros años de la colonia se dio una interesante “indianización” del cristianismo, donde se buscó integrar elementos indígenas en los rituales y prácticas religiosas. Anotó, por ejemplo, las misas en lengua náhuatl y la participación activa de indígenas en la creación de códices como el Badiano, que combinaba conocimientos herbolarios y simbología cristiana.

Sin embargo, esta apertura inicial fue efímera. “La iglesia colonial cometió el error de cortar abruptamente este vínculo, lo que condenó gran parte del conocimiento indígena a la oscuridad”. Pese a ello, ciertos símbolos y prácticas religiosas indígenas, como el uso del águila y la serpiente o las celebraciones relacionadas con la muerte, sobrevivieron y se adaptaron a las nuevas condiciones culturales.

Gomezcésar también subrayó la resistencia y vigencia de estas tradiciones en las expresiones populares contemporáneas. Señaló figuras como la Santa Muerte y festividades que celebran a los difuntos, las cuales son prueba de que la espiritualidad mesoamericana sigue viva en el corazón de la capital. El expositor describió, asimismo, el primer escudo español otorgado a la Ciudad de México como un símbolo cargado de significado; incluía elementos europeos como “un par de leones arañando torres doradas, con un fondo de agua que representa el lago de México”. Además, el escudo estaba rodeado de nopales, que simbolizaban a los pueblos indígenas que seguían vivos pese a la conquista.

Esta composición, expresó, encapsula la dualidad de la Ciudad de México como un espacio de resistencia indígena y de imposición colonial. “Es una ciudad montada literalmente encima de otra, donde los símbolos indígenas y españoles coexisten y, a veces, se enfrentan”.

Al referirse a las “lenguas de fuego”, Gomezcésar las contextualizó dentro de las celebraciones populares y las tradiciones religiosas de la Ciudad de México. Estas manifestaciones, asociadas con los fuegos artificiales y las fiestas callejeras, representan una continuidad de los rituales mesoamericanos que celebraban la vida, la muerte y la conexión espiritual con lo divino.

Añadió que estas tradiciones populares, a menudo vistas como parte del caos festivo de la ciudad, tienen raíces profundas en el simbolismo indígena. “Si hiciéramos una mirada aérea de la ciudad durante una noche de fiesta, veríamos los cielos llenos de lenguas de fuego, una herencia viva de las prácticas ceremoniales antiguas”, detalló.

Otro de los puntos que destacó fue el descubrimiento y revalorización de sitios arqueológicos en la Ciudad de México. Según Gomezcésar, “en los últimos 30 años, la ciudad enterrada ha empezado a hablar”. Ejemplos de ello incluyen las ventanas arqueológicas en la Catedral Metropolitana y otros puntos históricos, que muestran la coexistencia de dos civilizaciones en un mismo espacio.

Resaltó, además, cómo los símbolos indígenas, como el águila y la serpiente, han sido adoptados y resignificados en diferentes momentos históricos, primero como parte del escudo nacional y ahora como emblemas de identidad cultural.

Texto y fotos: Eleinn Rivera Solís, estudiante de la Escuela de Literatura

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