Con una muestra de resultados se realizó en territorio el cierre de uno de los cursos de la materia de Laboratorio en comunidad en la Asociación Comunitaria Hilarte, donde se trabajaron temas de mediación artística con primeras infancias y discapacidades; el evento tuvo lugar el pasado 30 de julio.
La Universidad de las Artes ha venido trabajando en territorio con la Asociación Comunitaria Hilarte, con la cual incluso suscribió un convenio de cooperación. Se trata de una institución con liderazgo local que emplea un modelo pedagógico a través del arte para el desarrollo de habilidades y competencias de niños y jóvenes de sectores de atención prioritaria, con el fin de promover la equidad de oportunidades, la inclusión social, educativa y recreativa; cuenta con dos locaciones, en Callejón Parra y Calle 29, en el suburbio de Guayaquil, y en la Isla Trinitaria.
Mariuxi Ávila, docente invitada del Departamento Transversal de Teorías Críticas y Prácticas Experimentales, anotó que en el programa de presentación de resultados se hizo un recorrido por las diferentes propuestas que han tenido las y los estudiantes UArtes durante el semestre.

Explicó también del trabajo que, desde la materia de Laboratorio en comunidad, se realiza en el proyecto de vinculación con la comunidad “La Esnaqui. Espacios Culturales de Paz y Convivencia”, el cual se relaciona con comunidades específicas de la ciudad. Una de ellas es la Asociación Comunitaria Hilarte, donde las actividades planificadas y realizadas con las infancias tuvieron una diversidad de propuestas; las y los estudiantes pudieron desarrollar iniciativas creativas y sensibles.
“Fue un proceso pedagógico que los llevó a ir propiciando el acercamiento del arte a las infancias de entre 3 a 8 años”, añadió Ávila, señalando que los procesos participaron Génesis Cuenca, Karina Cumbal, Joan León y Elías Villacis, quienes trabajaron con educandos de tercer grado en la formación musical. “Los integraron en un coro infantil que llegó a realizar una grabación en el estudio del MZ14 (Centro de Producción e Innovación UArtes), permitiendo a las y los niños conocer todo el proceso de producción”.
La canción elegida para realizar la grabación fue “Caballito Azul” del compositor ecuatoriano Alex Alvear, lo cual permitió, además, acercar a las y los niños con géneros de la música nacional como lo es el San Juanito, agregó Ávila.


La docente indicó, asimismo, del trabajo desarrollado por Luisa Castellano y Mell Samara, estudiantes de la Escuela de Literatura, quienes plantearon la propuesta de activar rincones de lectura mediante un enfoque de género, destacando el rol de la mujer en el ámbito literario.
Los estudiantes Fernanda Fajardo y Robinson Espinoza trabajaron una propuesta interdisciplinaria que denominaron “La Canoita Fragmenta”, la cual acercó a las infancias a la cultura afroecuatoriana mediante poesía, música y confección.
Andrea Holguín, de la Escuela de Artes Visuales, trabajó en una iniciativa llamada “Ármate con ternura”, misma que llevó a las infancias al dibujo, la pintura y la creación de muñecos propios. Participaron niños y niñas desde los 4 años, derivándose en una exposición final muy original.
Ronal Medina, quien cursa la carrera de Danza en la Escuela de Artes Escénicas, trabajó desde el cuerpo, logrando una exploración donde los niños adquirieron autonomía para la expresión propia que conectaba su mundo mágico, el uso del parque infantil y su cuerpo.
Igualmente, de la carrera de Creación Teatral de la Escuela de Artes Escénicas, la estudiante Maitte Martínez trabajó con un grupo de infancias de capacidades especiales y profundizó en acercar el teatro a través de los títeres y la oralidad.

Ávila compartió que en las reflexiones finales de las bitácoras, la estudiante Tábata Zambrano ponderó su experiencia como tallerista puesto que no había trabajado antes con niños con edades de 3 a 8 años, lo cual representó un gran reto y una maravillosa oportunidad de aprendizaje. La alumna escribió: “Desde el primer momento me encontré ante una realidad completamente nueva para la que tuve que adaptar mis métodos, mi lenguaje y mi estilo de enseñanza, a fin de poder conectar con ellos y mantener su atención”.
Zambrano indicó también que, a medida que avanzaba el taller, fue comprendiendo lo crucial que son la paciencia, la flexibilidad y la creatividad al trabajar con los más pequeños. “Aprendí a planificar actividades más dinámicas, a escuchar sus necesidades, a observar sus reacciones y a transformar cada clase en un espacio de juego, descubrimiento y expresión. Entendí, además, que enseñar no solo se trata de transmitir conocimientos; también implica acompañar, guiar y crear un ambiente de confianza donde los niños se sientan valorados y seguros. Este taller no solo me permitió crecer profesionalmente, sino que también me ayudó a desarrollarme como persona. Me sacó de mi zona de confort y me dejó herramientas valiosas que sin duda llevaré conmigo en mis futuras experiencias educativas y artísticas”.
De su experiencia, Génesis Cuenca ponderó la oportunidad que de la materia de Laboratorio en comunidad tuvo de aplicar lo aprendido en un contexto real, humano y dinámico. “Aprendí que la producción musical no es solo una cuestión técnica, sino una herramienta para transformar realidades, generar vínculos y emociones. Esta experiencia me enseñó a mirar con más sensibilidad el rol del arte en los niños y reforzó mi vocación por trabajar desde la música con propósito y buena actitud”.

Ronal Medina, por su parte, manifestó que el mayor aporte de la materia en su preparación académica ha sido reafirmar su vocación como educador sensible al territorio y al cuerpo colectivo. “La pedagogía no se construye solo desde el conocimiento técnico, sino desde la disposición afectiva, desde el respeto por las infancias y desde la capacidad de transformar el espacio en un lugar de juego, cuidado y aprendizaje. Esta experiencia me recordó que el arte, en su forma más vital, ocurre en la conexión con los otros. Sin duda volvería a repetir esta experiencia y/o aplicarla en mi labor como pedagogo”.
Fernanda Fajardo dijo, asimismo, que la experiencia vivida le enseñó que la educación no solo se construye desde los contenidos, sino desde las relaciones humanas, la escucha activa y la creación colectiva. “Entendí que la educación debe ser sensible, afectiva y respetuosa con las diferencias. La disciplina positiva, en lugar de imponer control, se transforma en un cuidado compartido que fomenta la participación y el respeto. Esta experiencia me ayudó a comprender que el aprendizaje no siempre se da en los márgenes tradicionales, sino que puede surgir en lo inesperado, en los momentos caóticos, en los movimientos espontáneos y en la interacción genuina con los niños”.
Texto y fotos: colaboración de la docente Mariuxi Ávila.







