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Tábara, recordado al primer mes de su fallecimiento

El Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) y la Escuela de Artes Visuales de la Universidad de las Artes, en coordinación con el cineasta ecuatoriano David Grijalva, realizaron un sentido homenaje póstumo al pintor Enrique Tábara Zerna, el pasado viernes 26 de febrero de 2021, al cumplirse el primer mes de su fallecimiento. 

En el acto, desarrollado en el MAAC Cine, con la presencia de la familia del homenajeado, se proyectó el documental Memoria efímera, del cineasta David Grijalva, sobre la vida artística de Tábara. Filmado entre 2014 y 2016, y con casi una hora de duración, la cinta es un valioso registro audiovisual sobre este imprescindible y universal artista guayaquileño. 

Luego de la proyección, se desarrolló un panel, con la participación de Grijalva, de la historiadora de arte Inés Flores, y de los artistas visuales Xavier Patiño, director de la Escuela de Artes Visuales de la Universidad de las Artes; Saidel Brito, docente UArtes; y, Mariella García Caputi, directora ejecutiva del MAAC; conducido por la periodista Lola Márquez. Fue un encuentro que juntó reflexiones, opiniones, recuerdos y momentos muy emotivos, ya que todos los participantes tuvieron una relación directa con el destacado artista, en diversas etapas de su fecunda vida.

Xavier Patiño recordó que sus primeros contactos con Tábara, se dieron cuando él integraba el entonces novel grupo artístico La Artefactoría –años 80–, que coordinara el historiador de arte Juan Castro y Velásquez, y que luego sería considerado como el introductor del arte contemporáneo en el Ecuador. Para aquella época, Tábara ya era un nombre reconocido internacionalmente, a quien los jóvenes artistas locales miraban con admiración y respeto; por lo que siguieron la sugerencia de acercarse a él para solicitarle colaboración para poner en funcionamiento un taller de trabajo colectivo de la Artefactoría (Jorge Velarde, Marco Alvarado, Flavio Álava, Paco Cuesta, Xavier Patiño, Marcos Restrepo). Patiño recuerda que los recibió en su casa-taller del barrio del Centenario, los escuchó muy atento, y después de dirigirse al taller, regresó con un dibujo pastel, que les obsequió para que pudieran recaudar fondos. En efecto, pudieron vender la obra en 80.000 sucres, dinero que fue suficiente para alquilar un local y pagar renta de algunos meses; con lo cual Tábara se convirtió en uno de los principales padrinos de La Artefactoría, grupo al que se ligó afectivamente y al que siempre le siguió la pista. Con ello, dijo Patiño, quedó demostrada la generosidad y la calidad humana de un gran artista, que nunca perdió el horizonte de su fecunda producción artística de singulares logros.

Asimismo, Patiño recordó que Tábara asistió a una sesión con estudiantes del ITAE, en la cual demostró una amplia y facilitadora vocación pedagógica, que nunca pudo desarrollar por estar dedicado a la creación artística. Sin embargo, expresó sentirse tranquilo respecto del reconocimiento que se le diera en vida, desde las instancias que lo involucran, como fue bautizar un edificio de los que conforman el campus de la Universidad de las Artes, con el nombre de Tábara. Incluso, la firma que consta en la pared del antiguo edificio de Correos del Ecuador, en el centro de Guayaquil, es de su puño y letra, por lo que están buscando el medio técnico de preservarla y perennizarla.

Patiño y Brito elogiaron de Tábara esa voluntad de compartir sus conocimientos, pues era un apasionado de su trabajo artístico. Y esa pasión emergía en todo instante. En ello coincidió Mariella García, al referir que para Tábara lo principal de su vida era el arte.

Saidel Brito, por su parte, empezó manifestando que había que tener muy presente que acabábamos de perder al artista vivo más importante de la plástica ecuatoriana contemporánea. Que con Tábara se cierra un periodo significativo de nuestra historia del arte. En el documental, Brito se refiere a la dimensión estética de Tábara, a su cocina pictórica y de su tránsito por diversas etapas creativas. Comentó que como artista cubano, tuvo un primer acercamiento a nuestro pintor, al adquirir un cuaderno de dibujos suyos, que le inspiraron una serie propia, denominada Habeas corpus, y que luego pudo conocerlo personalmente, y captar su ética ejemplar.

De la personalidad de este maestro, se pudo saber más mediante la narración de la doctora Inés Flores, gran amiga del artista y con quien trabajó muy cercanamente, pues ella le organizó y curó varias de sus muestras, entre ellas, la que se realizó en el Museo Rufino Tamayo de México, en 1988. Allí contó que Tábara al principio se empeñaba en aplicar su propia museografía, tarea que en realidad le correspondía a la Dra. Flores –según lo acordado con la directora del museo, la crítica de arte ya fallecida, Raquel Tibol– y que accedieron para no contrariarlo, pero que en cuanto él se dedicó a comprar libros, ellas aprovecharon para cambiar y realizar la museografía como se debía. El día de la inauguración, Flores insistió en ir en bus al museo, cosa que Tábara no comprendía, pues consideraba mejor tomar un taxi. Flores se impuso a disgusto del artista, y en un determinado momento del recorrido, por la avenida principal de la capital mexicana, pidió bajarse. Tábara seguía sin entender, y menos cuando Inés se sentó en la vereda, con su elegante vestido; era para que él también pudiera ver lo que ella estaba observando: las letras gigantes en la calle, que anunciaban la exposición de Tábara en el Rufino Tamayo. Flores refiere que Tábara se emocionó hasta las lágrimas, llegó tan conmovido al museo, que ya ni cuenta se dio del cambio museográfico que hicieron a sus espaldas. La gracia y el color con que Inés Flores cuenta las anécdotas de Enrique Tábara –que abundan– son dignas de una antología.

Mariella García, por su parte, refirió su experiencia –a su regreso de estudiar arte en los Estados Unidos–, de compartir taller con el maestro, quien, sin duda, le enseñó mucho de la cocina del color y la textura para trabajar la pintura. Pudo conocer que la razón de ser de Tábara siempre fue el arte mismo, y que en su caso particular como pintora, más de una vez él refirió que no era justo que la arqueología –profesión primera de Mariella– arrebatara a una pintora de gran potencial, y que consideraba que ella debía dedicarse a pintar, encontrando en ambas disciplinas un diálogo artístico de profundas expresiones estéticas.

David Grijalva comentó que hizo el documental en un tiempo no lineal, puesto que no era un compromiso comercial cronometrado; que viajó a Cuatro Mangas –provincia de Los Ríos, cerca de Quevedo– donde el maestro tenía su casa-taller desde hace más de 30 años, todas las veces que se pudo y que coordinaron para dedicarse a filmar. En el documental, se aprecia a Tábara caminando por un sendero rodeado de una inmensa arboleda, como si él mismo fuera parte de un mural como los que él pintaba. Se lo aprecia también en el patio de su casa, con todas sus herramientas de trabajo y lo laborioso que era su oficio, así como expresa su pensamiento respecto del arte y de la vida.

Enrique Tábara Zerna, nacido en Guayaquil el 21 de febrero de 1930, está considerado uno de los grandes pintores del Ecuador, de mediados del siglo XX y lo que va del XXI. Falleció el 25 de enero de 2021, en Quevedo, a pocas semanas de cumplir 91 años de edad.

Al concluir el panel, Oswaldo Tábara, hijo del artista, agradeció a los participantes y mencionó el interés de la familia por concretar la voluntad de su padre, de crear el museo Tábara, ojalá en Guayaquil y en Cuatro Mangas. Mariella García sugirió que se mantenga como punto  turístico –al igual que se da en muchos países que conservan los talleres de célebres artistas– su casa-taller de Cuatro Mangas, un hermoso sitio rodeado de abundante naturaleza, que sirvió de auténtica inspiración para la producción pictórica del artista, pues allí se conserva su esencia.

Todos los participantes del panel señalaron la importancia de mantener vivo el legado de Tábara, a través, por ejemplo, de un museo autoral o de instancias como crear la Cátedra Tábara, y para ello, dijeron, se hace necesario trabajar mancomunadamente entre varias instituciones públicas y privadas. 

Expresaron que Tábara merece tener su museo, así como existe la Capilla del Hombre, de Guayasamín, o la Casa Kingman, en Quito. A propósito de esto, se mencionó que así como el Municipio invierte en obras de arte urbano –algunas de dudosa calidad– sería loable que considerara realzar la memoria de Tábara, aportando en un proyecto de esta índole.  

Al despedirse, Inés Flores dijo: mi corazón se fue con Tábara. Y así de emotivo fue volver a ver y a escuchar a nuestro gran pintor, gracias a la magia del cine y su registro.  “Cuando se configure la gran historia de la plástica en América Latina, el nombre de Tábara va a estar en primera fila”: así expresa en el documental el periodista Rodrigo Villacís. Y el mismo Tábara comienza diciendo que “la vida tiene muchas cosas buenas, y que a la larga, sí se logra una recompensa… hay muchas cosas por las que estar agradecido”. Por todo eso, Tábara tiene asegurada una memoria siempre viva.

Texto enviado para el InfoUArtes y generado desde el MAAC por Lola Márquez y Clara Medina.

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