Baila floripondio
Se han abierto tus pétalos y tu cuerpo con alas de pájaro se ha fundido con la tierra
Tus raíces se expanden y retornan a Toacazo, hacen temblar las salas de ensayo, sean fijas o improvisadas; patios, calles, plazas donde compartes tus hallazgos
Pies, piso, peso
Ritual, silencio, memoria festivaDejas una tierrita fértil y generosa para que nazcan alas propias
En el Día Internacional de la Danza abrazamos y sostenemos el nombre de Klever Viera, educador y coreógrafo, hacedor de la danza ecuatoriana.
Kléver Viera está en la esquina de la sala de ensayo, sentado en el piso casi debajo de la grabadora, desde donde se escucha música lenta con sonidos profundos de instrumentos de viento. Huele a pomada mentolada, quizá se ha aplicado en alguna parte del cuerpo. Sus manos recorren su cuerpo acariciando la carne, tratando de sentir el hueso. Tiene los ojos cerrados, parece que no se percata de quienes silenciosamente vamos entrando a la sala, dejando nuestras cosas en los bordes y preparándonos para la clase. A las nueve de la mañana voltea su cuerpo atrás y dice: ¿ya están? ¡Vamos! nos convoca al centro, en el ruedo nos miramos, nos saludamos con el cuerpo, empieza la clase.
La pelvis hace péndulos hacia todas las direcciones, se complementa con la movilidad del torso, las costillas salen de un lado al otro y se ven prolongadas en los codos que protagonizan un movimiento con cierta gracia, cierta sabrosura. Se necesita encontrar un tono, repite Kléver: «desaparecer el entorno, entrar en una bruma, en una mirada adentro. Es telúrico, tiene que ver con los volcanes, viene de la tierra, de los ancestros».
Su clase es como entrar en un estado de embelesamiento, una sensación de embriaguez fruto del uso del peso del cuerpo que cae en un punto para recuperarse y suspenderse, lo que Kléver ha denominado rabo de vaca. Para no perderse y desconectarse unos de otros, están presentes las cuentas. Kléver mira más allá con sus ojos cerrados, suena sus dedos, vibra su cuerpo.
Kléver Viera menciona la importancia de motivar a los bailarines en la disciplina, en entrar en la danza como en un territorio sagrado, con el fin de hallar materiales vivos, sugerentes, susceptibles de transformar, dice: «mi método es intuitivo. Sin tener una temática del todo clara, los componentes empiezan a dialogar, pero no lo inventas, es la energía que se mueve en aquel instante». Sus insistencias y compromiso diario con el oficio han sostenido procesos formativos de numerosos bailarines en el país y son semilla para proyectos como poder estudiar danza a nivel universitario. Klever dice que el genio creador es el grupo, son las personas con quienes está trabajando de forma participativa.
Cuando miro el trabajo de Kléver Viera siento un espíritu que se entrega al movimiento, siento a un creador forjado en la soledad, con una transmisión de su hacer en el hacer mismo: en cada clase, en cada ensayo, en cada coreografía. Para Kléver la danza es el espacio de celebración del espíritu. Celebremos sus memorias y hagamos que sus huellas resuenen en las nuevas generaciones con las que siempre se mostró dispuesto a compartir y crear.
La danza de Kléver Viera conecta porque la hace suya. A partir de los recursos técnicos heredados de la danza moderna, deja que se integre el instinto, la mirada atenta para atrapar el movimiento, la observación de las acciones, el regreso a su historia, a su memoria, a sus vivencias de la niñez, a los personajes de las fiestas populares de su pueblo. Este entramado de memorias le otorga un lenguaje propio, las acciones viajan a sensaciones y las sensaciones a acciones transformando la danza ecuatoriana.
*He tomado algunos fragmentos de mi proyecto de tesis donde pude conversar y leer las bitácoras de Kléver Viera en el 2021, a más de participar en su Taller Permanente de Investigación Escénica entre octubre del 2013 y febrero del 2014 en Quito.
Texto: Tamia Sánchez, alumnus de pregrado y posgrado y docente de la Universidad de las Artes.