En la galería El Garage del edificio Enrique Tábara, se realizó una muestra expositiva con el resultado de los procesos de los estudiantes de Nivelación de Artes Visuales. La actividad, organizada por la Jefatura de Nivelación y la Dirección de Acompañamiento al Éxito Académico, presentó trabajos de las asignaturas de Dibujo Artístico y Práctica Disciplinar, a cargo de los docentes Luis Ramírez y Silvia Quezada.
Lo expuesto, se señaló, evidenciaba el desarrollo de habilidades fundamentales, como el pensamiento crítico, el trabajo colaborativo y la aplicación de la creatividad con materiales no convencionales en contextos reales. En diversas actividades académicas, los estudiantes enfrentaron retos que fortalecieron su formación integral y compromiso con el aprendizaje; en la exposición evidenciaron experiencias, reflexiones, descubrimientos y experimentaciones.
En una de las paredes de la galería, dibujos de los estudiantes registraron el antes y después de la Nivelación. Autorretratos en los que sus autores se dibujaron cómo llegaron y cómo salieron al final del semestre e incluso cómo se sienten al terminar el proceso. A continuación, algunos de los títulos y descripciones de las obras ubicadas en El Garage:



“La presencia de la ausencia”, de Sofia Plaza, quien, para su elaboración y en una técnica de ensamblaje, reutilizó madera de casa de árbol, corteza de árbol de mango e hilos rojos con los que reflexionó sobre los lazos que permanecen a pesar de la distancia. Materiales cargados de memoria que entablaron un diálogo entre lo que se pierde y lo que permanece, indicó en la descripción, indicando haber trabajado incluso la mesa que sostuvo su propuesta. “La madera y la corteza se convierten en fragmentos de recuerdos que forman un rompecabezas que representa a la familia con piezas parecidas, no idénticas, pero capaces de encajar entre sí y construir un todo”.
Otra de las obras expuestas fue “Nunca más”, de la autoría de Ana Zambrano, quien con cinta de embalaje y en técnica/medio escultura, quiso compartir con el público que la mejor forma de avanzar es empoderándose y romper ese cascarón que nos limita. “(…) dejar atrás las órdenes de mi familia que limitaban mi tiempo. Hoy he comenzado a avanzar y a emprender el vuelo”, anota la alumna de Nivelación, de la materia Prácticas Disciplinar.
Emily Montanero expuso “El olor de tu recuento”, obra para la que utilizó granero de gato, frasco de vidrio, sustrato de tierra, plantas verdes y hojas secas, obteniendo un ensamblaje de composición aromática. En la descripción la autora señala: “Un olor revive recuerdos que el cuerpo no olvida, la tierra recibe lo que se cree perdido y lo convierte en semilla. La muerte no es el final, sino el comienzo de otra vida”.




“Headphones de espinas” es lo que presentó Pablo Gallegos, utilizando para ello alambres de cobre esmaltado, materiales que dieron vida a una escultura que da cuenta –resumió en la descripción– su experiencia pasada de una vida social personal limitada. “Con alambres de cobre esmaltado y utilizando alicates de cortar y doblar le di forma tridimensional a 60 mini alambres, como soporte, y espinas; una experiencia liberadora al dejar el pasado que me mantenía enraizado”.
“3054”, así es como Abigail Fabara tituló a una obra en técnica mixta, trabajada con materiales como cucharas de metal, clavo, leche en polvo, leche condensada, pegamento blanco, vinagre, pintura acrílica roja, soga, tablas de madera MDF, hilo rojo y tomillos. “Una escultura que habla de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), centrándose en la dinámica de abuso entre cuerpo y mente y las normas que se generan a partir de la restricción y obsesión”.
De la autoría de Michael Vega, en El Garage se pudo observar “Tata”, una obra trabajada en goma, maicena, cochinillas (plaga de plantas), accesorios de maquillaje de Tata y cinta de hospital que esculpida como un retrato dedicó a Sandra Freire, quien enfrentó un cáncer en el duodeno, el cual se hizo metástasis y terminó con su vida en febrero del 2025. Así lo señaló en la descripción su autora, sosteniendo que la enfermedad catastrófica no consumió las semillas de amor que dejó sembradas en cada alma que tuvo la dicha de conocerla.

Como “Un mal sueño” tituló Paula Loza a su propuesta, para lo cual utilizó un aro de metal, alambres en forma de tejido de atrapasueños, una tela de toldo blanca, un portasuero metálico, equipo de venoclisis, agujas hipodérmicas, líquido teñido con colorante rojo, reproducciones de recetas médicas e hilo blanco. En su descripción, la estudiante detalló que la instalación revelaba el miedo a la vulnerabilidad impuesto por la enfermedad frente a la posibilidad de la muerte y el deseo de que todo sea un mal sueño.
De Valeria Villacrés, en la galería El Garage se pudo apreciar “Adicción”, una obra que trabajo con cera, cuerda, cigarrillos y jeringa; un arte-objeto-escultura con el que buscó demostrar cómo la adicción puede llegar a afectar al ser humano. “El fuego de la vela ilumina al oso por un momento, pero lo derrite, y las cuerdas de vela enredan al oso cada vez más en la adicción hasta inmovilizarlo y quemarlo completamente”.
Azúcar, agua y jarabe de maíz fueron los materiales que Elizabeth Cedeño utilizó en la creación de “Sweet Home”, escultura que la llevó a evidenciar la fragilidad del concepto de la familia perfecta, la cual se desmorona bajo el peso de la realidad. Lo que fue una idea dulce, se convierte en una amarga verdad, revelando la inevitable desintegración con el tiempo.




“Peso de la culpa. La carga de la hipocresía”, de Roy flores. Con materiales como palo de madera, pintura acrílica, aceites naturales y esenciales, telas, piedra, arroz, sal de parrilla, cúrcuma, portarretratos y papel especial para escultura, su autor creó una instalación que dialoga entre lo visible y lo oculto, lo sagrado y lo profano, cuestionando la relación entre fe, hipocresía y culpa en la experiencia humana. En la descripción, dio a cada material su porqué: el palo con rostros tallados representó la multiplicidad de máscaras y la falsedad con la que se oculta la verdadera identidad; el manto simbolizó la fe como refugio y vulnerable de ser corrompida; la piedra encarnó el peso de la culpa, imposible de ocultar o desplazar; la mancha roja señaló la lujuria como pecado latente y persistente; la arena falsa intentó cubrir la piedra y el manto, pero terminó revelando la nulidad de esconder el mal.
Enrique Proaño llevó a El Garage la obra “El maltrato y el bullying”, en cuya descripción narró una experiencia de agresiones físicas y psicológicas por parte de compañeros de escuela y la indiferencia de los maestros. Utilizando látigos de cuero, cinturón de pelaje, zapatillas, manguera, palos y cabuya fina, el estudiante de Nivelación hizo un ensamblaje y en el texto que acompañó a su creación señaló que desde los 6 hasta los 9 años fue maltratado en un plantel que señaló como tranquilo y violento a la vez. No solo sus compañeros lo maltrataban, sino también una profesora y una secretaria, quienes lo castigaban y calumniaban ante sus padres al acusarlo de acciones no cometidas. Por ello, en casa también era golpeado, justamente con los materiales con los que armó su obra. A los 9 años sus padres se dieron cuenta de lo que ocurría y lo retiraron del establecimiento. Al cumplir 10 años pudo romper el silencio y desde entonces no ha vuelto a ser el callado del salón; sin embargo, no olvida lo vivido, pese al intento por hacerlo.







