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En las primeras actividades del cuarto encuentro de los niños con la UArtes

Cuando crucé aquella puerta de la Sala Ría, este jueves 8 de junio, fue como si cruzara una línea imaginaria que me transportó a un mundo donde mi única obligación era reír a carcajadas, divertirme… ser feliz. Detrás de mí queda la bulla del tráfico, los gritos de los vendedores y los edificios del centro, siempre tan fríos y grises; todo se desvanece para darle paso a una habitación llena de color, un ambiente pacífico y placentero.

Impulsados por el amor a su carrera y con el propósito de incentivar la imaginación y creatividad de los infantes, los estudiantes de la carrera de Pedagogía de las Artes y Humanidades, celebran un día de juegos y actividades instructivas para los niños y niñas del colegio Jorge Guzmán Ortega.

Casi podía palpar la emoción y las expectativas de aquellos niños cuando fueron divididos en tres grupos, cada uno asignado a una actividad en específico que les permitiera desarrollar sus capacidades creativas y fomentar el aprendizaje de forma didáctica y entretenida.

El primer grupo se había dirigido hacia unas mesas y sillas donde los esperaban pinceles, pintura hecha con pigmentos naturales y hojas en blanco para que tuvieran vía libre de crear lo que más les gustara; una pequeña sonrisa se asomó en mi cara cuando recordé lo mucho que me gustaba pintar de niña, lo mágico que se sentía darle vida a una página en blanco.

Después de ver cómo los frascos de pintura pasaban de mano en mano en medio de conversaciones que incluían risas, me alejo a pasos lentos, esperando volver para ver el resultado de sus obras. No lejos de allí se encontraban varios niños sentados en unas gradas cantando y aplaudiendo al ritmo de “Mantequilla, pan, mantequilla, pan”. El juego consistía en cantar aquellas palabras como si fuera una canción, al mismo tiempo en el que aplaudían al decir cada sílaba. Su alegría y disposición era contagiosa, porque pronto yo también empecé a cantar aquella canción.

Sin embargo, aunque los dos juegos que había observado desde lejos parecían ser divertidos, fue el taller de la caja misterios el que llamó por completo mi atención. Las niñas utilizaban sus manos para reconocer el objeto escondido dentro de la caja mientras tenían los ojos vendados. Estuve tentada en decir a todo pulmón “Yo también quiero jugar”, y aunque los juegos se veían divertidos, lo que más me cautivó fue la emoción que desbordaba cada uno de los niños.

Los estudiantes de Pedagogía y profesores de la carrera fueron excelentes instructores, se involucraron en cada una de las actividades y fomentaron la participación de los pequeños protagonistas. Hubo música, baile y algunos cortometrajes que promovieron su interés.

Cuando le pregunté a una estudiante de la carrera por qué lo hacían, me respondió diciendo lo lindo que es ver cómo los niños y niñas pueden seguir siendo ellos mismos y de vez en cuando aprender de ellos, que no todo en la vida deben ser reglas. Eso me hizo pensar que a diario olvidamos lo que es abrir los ojos todos los días sin pensar en el mañana; el tiempo se convierte en un eterno bucle en el que el mundo solo se limita a existir, pero no a vivir.

Con la llegada del cénit, también llegó el final de la primera parte de una jornada que continuaría por la tarde con un paste up por los derechos culturales de los niños y adolescentes y el “Cuento Concierto Improvisado”, con el ensamble lúdico experimental.

Texto: Crónica de Romina Ramírez Ortiz, estudiante de la Escuela de Literatura.

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