El arte cambia vidas, hace preguntas y deja huellas dijo a graduados el rector electo Saidel Brito y celebró que se atrevieran

“Solo ustedes saben lo trascendente que es este día para cada uno de vosotros”, dijo el rector electo Saidel Brito en el inicio de su intervención en la ceremonia de graduación de la octava cohorte de la Universidad de las Artes. Anotó celebrar en conjunto una transformación y no solo un final, pues los hoy licenciados y licenciadas llegaron a la UArtes con preguntas, dudas, una mezcla rara entre miedo, deseo y excitación por el conocimiento y se van con algo más peligroso: una manera propia de atravesar su realidad.

Saidel Brito comentó la apertura que hizo en este año la Universidad de Yale, en Estados Unidos, de un curso titulado “Bad Bunny, Estética Musical y Política”. El mismo artista que llena estadios y fue el más escuchado en Spotify por tres años consecutivos. El mismo del que todavía se dice con cierto desprecio que no sabe cantar. Lo cierto, precisó, es que se inscribieron 120 estudiantes, no por esnobismo o amor al perreo, sino porque su disco “Debí tirar más fotos” desata historias, memorias, política, identidad, dolor y alegrías. Después de un proceso de adhesión riguroso fueron seleccionados 17 estudiantes, a fin de poder hacer un curso personalizado con cada uno de ellos.

Del curso, que sigue ocurriendo, Saidel Brito destacó que, a partir de las canciones de Bad Bunny, esos 17 estudiantes han estado leyendo teorías críticas, escuchando reggaetón, salsa, música jíbara y aprendiendo a bailar. Han discutido sobre colonialismo, migración, raza y género, y están entendiendo los procesos coloniales y la historia de las relaciones históricas entre Estados Unidos y Puerto Rico”.

Se ha dado gracias a los temas de “Debí tirar más fotos”, evidenciando no tratarse de una excentricidad académica, sino de una educación radical. “Albert Laguna, profesor que dirige el curso, lo dice con claridad: La música no es solo entretenimiento. La música puede ser un archivo vivo. Una canción puede explicar una diáspora mejor que un mapa. Un ritmo puede contar una historia que no está aún escrita en libros. Un coro puede decir lo que la política normalmente intenta callar”.

Las artes, añadió Saidel Brito, son experiencias que no se pueden expropiar “y, como diría (Jorge Luis) Borges, terminan para siempre en la memoria de los hombres. Y es eso exactamente lo que ustedes aprendieron aquí. No vinieron a coleccionar técnicas, destrezas y habilidades, ni mucho menos para acumular certificados, sino a desconfiar de lo obvio, a aprender de lo personal”.

El rector electo confesó que cuando empezó a estudiar artes hace 40 años –en 1985– también creía que el arte era crear objetos, edificar cosas bellas o medianamente bellas, y expresarlas únicamente desde un horizonte individual. Entonces conoció a artistas como Joseph Kosuth y Beuys, y entendió que el arte y la creación se trataba y tratará de intentar sanar al mundo. “El arte como proceso de sanación de la sociedad. Y esa idea la aprendí precisamente en la universidad. Como cuando una canción te rompe el alma sin avisar, o una imagen te devuelve infancia y dolores que creíamos perdidos, olvidados; o como cuando algo que no entiendes del todo te transforma. Y eso, precisamente eso, es el milagro de las carreras que vinieron a estudiar en la Universidad de las Artes”.

Retomando su relato con respecto al curso de Bad Bunny, Saidel Brito indicó que los estudiantes aprendieron algo poderoso: que lo que alguna vez fue llamada música popular, cultura popular o ruido, hoy es materia de pensamiento serio. Antes se dijo lo mismo de la salsa o del mambo y del son, en su momento. “El arte siempre llega primero y el reconocimiento, la mayoría de las veces, siempre llega después. El arte no predice el futuro, sino que demuestra la transitoriedad de nuestro presente y abre trayectos que aún desconocemos”.

Recordó también que un profesor, en su época de estudiante, les preguntó en clase ¿cuántos artistas se necesitan para cambiar un bombillo? Algunos de la clase dijeron uno, dos, tres, cuatro… La respuesta del maestro fue que no se necesitaba ninguno porque el artista no cambia el bombillo, sino que lo cuestiona, ilumina desde otra perspectiva y convierte a ese pequeño vidrio en una caja de pensamiento “y para algunos de los artistas visuales, incluso, pudiéramos hacer una instalación”.

El arte no tiene que ser solemne, no tiene que ser profundo. Puede hacer pensar, llorar, bailar e incluso, a veces, las tres cosas al mismo tiempo, expresó. “Hoy no celebramos solo que se gradúen, celebramos que se atrevieron, que se atreven a estar aquí, a sentir, a dudar, a crear sentido en un mundo que existe en fórmulas pequeñas y fáciles. Y así, cuando salgan, ahora acompañados por sus seres queridos, cuando alguien les diga que lo que estudiaron no sirve para nada, o que no es serio, o que no es una profesión lucrativa, podrán recordar, podrán decir que el arte cambia una y muchas vidas. Que el arte hace preguntas y deja huellas sin borrarlas. Que el arte se vive con honestidad y cuando se vive con honestidad trasciende a generaciones”.

Comparte esta nota