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Vicerrectora Olga López propuso en graduación pensar en la “deontología para un artesano de lo sensible”

Para su intervención en la ceremonia de la sexta cohorte de graduados de la Universidad de las Artes, efectuada el pasado 7 de diciembre en el Pasaje Illingworth del Palacio de la Gobernación, la doctora Olga López propuso una deontología que invitaba a pensar, sin desconocer la complejidad del futuro profesional de los ahora licenciados.

“El riesgo al cliché, pues es más fácil repetir una realidad ya instalada y a partir de allí entrar más fácilmente al mercado del arte; la precariedad propia de las artes, ya que su inutilidad de la que hablaremos más adelante la convierte en el último eslabón de inversión, tanto a nivel personal como colectivo; la incomprensión, ya que, al generar nuevos signos, el arte está acompañado de misterio; la incapacidad del Estado en pensar las dinámicas de trabajo de las artes. Esto solo por enumerar algunos de los aspectos que surgen del empeño de ser artista”.

Con toda la subjetividad que implicaba, la vicerrectora propuso nueve puntos para la deontología mencionada, los cuales enumeró y sustentó: “El Goce”, comprendido desde las perspectivas de la creación, del disfrute del público, del trabajo logrado. Así considero que las prácticas artísticas ofrecen ante todo mucho goce para aquel que se hunde en los procesos creativos. Desde aquí tenemos la clarividencia de esos instantes de eternidad que son los únicos, que valen la pena que la vida sea vivida. Es en ese sentido, que es una lucha contra el deterioro y la descomposición. Y si bien los materiales con los que se producen las artes se deterioran: cintas, lienzos, programas, libros, entre otros, la inmaterialidad del gesto espiritual lucha contra esto y los especialistas en archivos y preservación colaboran para que este gesto eternizado no se evapore con la descomposición de los materiales (…).

Hay un segundo goce, en apariencia más prosaico: aquel de quien contempla la obra –si bien también somos conscientes que desde hace varias décadas el arte cuestionó la contemplación del público–, el goce de hundirse en algo que no es del orden material, caso de un texto literario que te hace sentir otras vidas, otros lugares y, sobre todo, un cúmulo de sensaciones que te toman el cuerpo. Las artes, en ese sentido, afectan directamente el sistema nervioso en un choque paradójico entre la materia y lo inmaterial. Finalmente, el goce del trabajo logrado, que viene después de sentir que un proceso ha culminado tras meses o años de dedicación.  

“Libertad de creación”: uno de los aspectos fundamentales en las artes es la celebración de la ausencia de normas, de sistema o de modelo a seguir, si bien esto implica un conocimiento de los lenguajes de las artes, la posibilidad creativa se ofrece en lo inesperado en aquello que justamente asume los riesgos de romper el paraguas de lo real. En particular, las prácticas del siglo XX y XXI exploran la libertad de creación e interpelan todos los academicismos e incluso las disciplinas mismas. (…) La libertad de creación ha asumido todos los riesgos: que desaparezca la obra, el autor, lo original, la frontera entre arte y vida.                    

“La inutilidad”: el arte es una ficción necesaria. No podemos pedir a las prácticas artistas que nos salven de la crisis ecológica, de la injusticia social, de la violencia de género. El arte no es activismo; sin embargo, en la libertad de creación y por la sensibilidad de su época puede tratar esos temas. De modo que nos encontramos desde los años sesenta un grupo de artistas dedicados a temas ecologistas, entre los más destacados el Land Art, así como en nuestros días ya podemos agrupar un conjunto de prácticas en torno al Antropoceno.

“La incertidumbre”: las artes exponen con paciencia a esta sensación que quizás no sea soportable en lo real. Así, el cine o la literatura, nos llevan en un flujo donde se debe continuar en la sala o con el libro para encontrar el desenlace narrativo en el que se participa. No hay manera de saltarse la incertidumbre ella forma parte de los signos del arte y de los pliegues sensibles que marcan las subjetividades. Si bien, el miedo, el horror, lo sublime, lo bello, lo feo, la alegría, forman parte de las categorías estéticas, la incertidumbre me parece más sutil, más propia del cuidado de las artes con los cuerpos.          

“El riesgo”: no hay posibilidad de hablar de arte si no asumimos riesgos, en los lenguajes de las prácticas, en la triada arte-público-obra. De tal modo, que no es en ningún caso, un lugar confortable o acogedor. Ser artista en acto o en potencia (términos de Aristóteles), implica salir de los umbrales de lo real para acceder a ficciones que a la vez desestabilizan el mundo organizado sobre el que se inscribe nuestro mapa sensible. Este riesgo implica también error, fracaso, propuestas no logradas. En ese sentido es el terreno de la experimentación, ya que el riesgo es habitar el umbral de lo desconocido, de lo que aún no está formado. Es creer que se puede crear.            

“El caos”: en ningún caso como desorden, sino como lo indeterminado. Por tanto, y un poco en continuidad con lo anterior, el arte es quien atrapa partículas de caos y las introduce al mundo (representación), es quien refresca lo real establecido que se cristaliza con el tiempo. En otros términos, el caos es la fuente de las artes, es desde allí que emergen sonidos que antes no eran audibles o imágenes que antes no eran visibles, por ello el artista habita en los umbrales del caos, en el riesgo del límite. El gesto artístico es saber cortar el caos, entender el momento en que la obra está terminada, cuando ya no es necesario agregar más materia que podría destruir el trabajo.         

“Afecto”: con el fin de dejar de lado el Romanticismo que consideró que las artes vehiculan un conjunto de sentimientos, resulta más pertinente hablar de afectos, de intensidades. Así en un cuadro del siglo XVII podemos ver el sol, el viento, el movimiento del océano o el paso de un torbellino. En todos los casos, cuerpos afectivos que quedaron plasmados en el lienzo. El cuerpo como la capacidad a afectar y ser afectado, queda expuesto a través de un conjunto de signos como en el ejemplo del cuadro que acabamos de indicar. La partitura como un cuerpo es materializada por los músicos y tiene la capacidad de afectar a aquellos que escucharán la música. Los afectos no son pasiones, ni sentimientos, son fuerzas que muestran el dolor de la carne, la alteración de la materia.         

“La continuidad y la ruptura”: los lenguajes del arte tienen una historia que como capas geológicas a veces remontan a la superficie y hacen presencia. Solo para poner un ejemplo, una Bienal tan disruptiva como aquella que se dio en Venecia en 2013, recupera, sin embargo, el surrealismo, como respuesta al exceso de real de las décadas anteriores donde los cuerpos abyectos y descompuestos eran parte del terreno del arte. Este ejemplo es para indicar cómo el pensamiento geológico no desaparece, sino que remonta a la superficie, se une y recombina con otras propuestas del momento. Por ello, cualquier práctica no puede ser ajena a una tradición a la vez que debe romper con esta. En el cine vemos la historia del cine y en la pintura la historia de la pintura, a la vez que su alteración, su dislocación para que emerja lo nuevo.       

“El tiempo”: las artes trabajan con el tiempo, se mueven por sus distintos estratos, juegan con el tiempo. Pascal indicaba que la diversión (el juego) era lo que permitía escapar a la existencia, una forma de olvido. En nuestro caso diremos que las artes como juego no es lo poco serio, lo que nos divierte, sino que, al contrario, es un juego que tiene una relación activa con la vida, piensa los diversos niveles de tiempo y los hace sentir desde la distancia estética esta relación arte y vida. (Zurabichvili hasta en la ficción estamos hablando de nosotros). 

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