Maylen Valdiviezo y su experiencia en el taller con el que animó a niños, niñas y jóvenes a conocer mejor la literatura  

Antes de “El reflejo de un espejo que decide escribir” a Maylen Valdiviezo, estudiante de la Escuela de Literatura, no se le había cruzado la idea de dedicarse a la docencia una vez que concluya la carrera. Sin embargo, esa propuesta con la que llegó al sector de Monte Sinaí para brindar un taller y cumplir así con sus horas de servicio comunitario le han inquietado a compartir conocimientos y también a recibirlos.

El taller que dictó fue de literatura y lo impartió dentro del proyecto de vinculación con la comunidad “Bibliotricimoteca” que dirige Marcelo Leyton, docente de la Escuela de Artes Escénicas. Valdiviezo anota que lo denominó “El reflejo de un espejo que decide escribir” porque a sus participantes, con edades de entre los 6 a 12 años, les prepuso analizar la literatura desde la experiencia del autorreconocimiento. 

“Los niños me decían que literatura para ellos era solo ortografía y redacción, y no entendían sobre la creación artística. El reto fue motivarlos a reconocer en sí mismos la habilidad o el deseo de escribir sus propias experiencias, sin importar el lugar desde donde estén haciéndolo; quizás un poco fantasear con la realidad y, de forma arbitraria, convertirla en narraciones, en estructuras un poco más compuestas”, anota Valdiviezo.

Qué quiero escribir y para qué hacerlo

Con este propósito, agrega, se plantearon varios ejercicios. Estudiaron a Clarice Lispector, periodista, reportera, traductora y escritora ucraniana-brasileña, “y una vez que conocían de su obra les pedí que le escriban una carta donde podían decirle lo que quisieran. Fue un ejercicio de cercanía con los autores, que también proponía una idea más clara de qué quiero escribir y para qué quiero hacerlo”. 

Sus participantes llegaron al taller con lecturas un poco típicas, como “El Principito”, pero no conocían, por ejemplo, a Julio Cortázar ni sabían de historias cortas. “Teníamos a una estudiante con una condición visual especial y era importante que ella se sintiera incluida, pero no de una manera forzada. Le indicábamos, por ejemplo, que la literatura no se trataba solo de tomar un libro y leer, leer y leer, sino también ser sensorial cuando escuchamos sonidos y canciones, cuando nos trasladamos a otras partes o cuando, incluso, mediante las texturas nos identificamos y sentimos más cercanos”.

Les preguntaba, revela, qué pensaban ante una textura suave o qué textura les hacía recordar a su madre. Tuvo respuestas varias, como la de una de las niñas quien le indicó que creía que su mamá era una textura áspera porque era fuerte; otros lo relacionaban con algo más suave o más liso. “A partir de ello llegamos a desarrollar la construcción de personajes y cómo podíamos darles características físicas y sensoriales”. 

En su planificación estaba dirigido para niños de 12 años en adelante, pero los talleristas que llegaron tenían entre 6 a 12, y hubo que adaptarse. Tuvo alrededor de doce participantes.

Creación literaria en armonía con la comunidad

Partiendo de los conocimientos recibidos por los docentes de la carrera, Valdiviezo señala que condujo a sus alumnos hacia la creación literaria en armonía con la comunidad. “Trataba de que se armonice ese espacio para escribir desde la comodidad e incomodidad, a fin de que aprendieran de que la literatura no es solo escribir sobre algo bonito, sino reconocer problemas, dificultades y retos. 

Como anécdota, la estudiante UArtes comenta que cuando se propuso el taller de literatura casi nadie se apuntó para tomarlo, en relación a los de danza y teatro, que tenían entre 30 a 40 estudiantes, con ella se anotaron “los valientes u obligados” y considera que logró sacar a la literatura del pequeño espacio que se le da al creer que solo se trata de leer un libro o realizar una producción escrita.

La literatura no es reducida ni limitada, sino compartida, como con el Cine. “Son dos ramas artísticas que se sostienen, son necesarias e importantes para implementar una película: guion de cine, una producción pregrabación, un boceto de imágenes… Creo que mis estudiantes sí acogieron lo que les compartí porque en un último ejercicio de autorreconomiento les propuse realizar una ronda y reconocer una cualidad de la persona que estaba al lado. Surgieron, por ejemplo, características como valentía, puntualidad e imaginación.

Integración y trabajo en equipo

De la participante con discapacidad virtual reconocieron su fortaleza y ella descubrió que, contrario a lo que creía, sí era posible poder leer. Creo que aprendieron a integrarse y ser más empáticos con el entorno, a trabajar en equipo y saber que el arte es una construcción que está en todos los espacios, debe ser para todos los espacios y propicia para todos los ámbitos”.

Que le daba miedo trabajar con niños, confiesa, pero con el taller comprendió que son interesantes y necesarios para la imaginación que se utiliza mucho en la literatura.

Durante el taller pudo, además, interactuar con los padres y señala como anécdota que una mamá cuando llegó con su hijo le pidió que la ayudara porque al niño no le gustaba leer ni entender nada y se estaba quedando en la materia de Lenguas en el colegio. “Fui sincera, pues le respondí que teníamos solo un mes y que íbamos a aventurarnos y ver qué pasaba. Ya en el acto de clausura de los talleres vacacionales de la “Bibliotricimoteca”, esa misma madre de familia le indicó que su hijo ya leía un poco más y, sobre todo, se está acercando a la escritura. “Le comenté que no se podía acercar a la escritura sin antes acercarse a la lectura, pero que podían concebirse de maneras distintas y notorio era que él ya estaba está trabajando en el tema”.

En la imagen, Maylen Valdiviezo (centro) junto a Josmara Escala (izq.) y Otti Palma, estudiantes UArtes que participaron en los talleres vacacionales del proyecto “Bibliotricimoteca”. Texto y foto: Carmen Cortez/Dircom.

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